domingo, 23 de marzo de 2014

Noche

Solo escuchaba el sonido de la lluvia golpeando el alfeizar de la ventana. Tumbado en la cama miraba el techo como pensando en algo, pero en realidad solo tenía la mente en blanco. A veces hay demasiadas cosas en que pensar y otras veces tan pocas, que el tiempo se te pasa volando. Pero claro, nunca se puede dejar la mente completamente en blanco, y de cuando en cuando, esa misma noche, se me aparecían ciertas imágenes que invitaban a reflexionar.

Imágenes de monstruos, como los que tenían mentes brillantes como Goya o Kafka. Bichos que me perseguían y se mezclaban con otros recuerdos de películas de terror que martirizaban mi pensamiento. Probablemente era el mejor momento del día. Yo allí tumbado, solo con mi mente, escuchando un disco (creo que de Platero y tú) y simplemente sonriendo. Porque me apetecía hacerlo. Porque me sabía dulce el aroma que respiraba en mi resguardo.

Pero entonces la sonrisa se me borró. Ella llegó a mi mente. Las imágenes de monstruos evolucionaron y se convirtieron en el retrato, en la imagen de ella. Su sonrisa taladraba mi pecho. Cuando ella reía era como si de verdad volara. Más incluso que un beso o un contacto físico. Me erizaba los brazos pensar en ella. Y en realidad no podía tenerla, pero en mi mente yo me decía a mí mismo que era cuestión de tiempo. Que estaba destinado a tener algo más con ella. Quizás porque me atormentaba pensar que solo podría observarla como un amor platónico con el que nunca yacería. Quizás porque a veces, te tranquiliza más pensar que el destino te debe una.

Aún así, ese pensamiento no me paralizó en absoluto. A pesar de que su sonrisa dolía al recordarla, siempre que lo hacía se me dibujaba una sonrisa a mí también. Porque me ponía contento que ella también estuviera contenta.